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domingo, 20 de marzo de 2011

1 de marzo de 2011: Smara

Nuestro destino ese día era Smara, donde visitaríamos a Magueli, trabajadora de la Casa de la Mujer de ese campamento, donde imparte charlas sobre salud, higiene y alimentación para las mujeres y sus hijos. Otros temas sobre los que informa son reproducción, control de la natalidad y sexualidad, lo que nos da una idea de la forma de pensar de esta mujer dentro de la cultura musulmana. Magueli estudió en Cuba y se tituló como Técnico Superior de Laboratorio.

Cuando nos disponíamos a desayunar, entraron en la jaima un grupo de españoles que habían ido a ver los actos de conmemoración del 27 de febrero, que todavía no habían terminado. Nos contaron que pertenecían a un sindicato que dedica una parte de sus actividades a ayudar al pueblo saharaui. Hablamos un rato y tras hacerse algunas fotos se fueron.

Un poco más tarde llegó nuestro conductor y nos preparamos para salir hacia Smara, acompañados por una de las hermanas de la familia.

Allí nos encontramos con un desfile al que ya habíamos asistido otros años, dedicado a la cultura saharaui. Se ven jaimas en miniatura, la representación de diferentes profesiones (artesanos, médicos, policías, ejército…)

Foto: Álvaro Sánchez



Foto: Álvaro Sánchez
 
Foto: Álvaro Sánchez


Foto: Álvaro Sánchez




Foto: Álvaro Sánchez

 ... mujeres vestidas de gala de blanco y negro,

Foto: Álvaro Sánchez

... desfiles de camellos,

Foto: Álvaro Sánchez


Foto: Álvaro Sánchez

 ... del Ministerio del Agua y del Medio Ambiente,

Foto: Álvaro Sánchez

Foto: Álvaro Sánchez

Foto: Álvaro Sánchez

Algo que creo que merece mención aparte es el hecho de que la gente no saharaui, nosotros, los occidentales, los blancos, podemos pasar a hacer fotos dentro del desfile. 

Foto: Álvaro Sánchez

Los saharauis no, tienen que mantenerse fuera de las vallas de separación, algo que yo no considero justo.

El desfile es de ellos y ellos son los primeros a los que está dedicado, así que al menos nosotros jamás nos hemos movido de nuestro sitio, por mucho que nos digan que entremos en el desfile, que lo veamos de cerca. Nos quedamos con la gente por la que se hacen, la que les da sentido a los desfiles. Este tipo de diferencias a mí al menos me matan.

Foto: Álvaro Sánchez

Intentamos aprovechar que había una enorme concentración de gente para grabar algo para nuestro documental. Pensamos, erróneamente, que entre tantas personas encontraríamos a alguien que quisiese darnos su opinión sobre la situación del pueblo saharaui. La respuesta que encontramos fue la de siempre: miedo. Se nos acercaban y nos preguntaban de dónde habíamos venido, si habíamos participado en el maratón; pero cuando desviábamos la conversación hacia las preguntas de nuestro reportaje y les decíamos que queríamos llevarnos sus impresiones, nos decían que tenían prisa y se iban. Desesperante.

Tras el desfile y después de pasar muchísimo calor, nos encaminamos a casa de Magueli.

El reencuentro con ella y su gente fue como siempre feliz, nos hizo un té de bienvenida y después nos sirvió, como siempre, un montón de comida. Siempre insisten en que quieren que no pasemos hambre, que comamos como hacemos siempre en nuestra propia casa. Y no entienden que que no comemos, ni de lejos, tanto como ellos nos ponen en la mesa. 


Foto: Álvaro Sánchez
 
Les regalamos varios juguetes a los niños de Magueli y  a ella una caja con más cosas, además de darle algo de dinero.

Durante la comida hablamos de la situación en la Casa de la Mujer, de lo que se estaba haciendo en ella, y de cómo iba cambiando la situación de la mujer saharaui en los campamentos.

Aunque su labor es reconocida por todos, todavía les queda mucho camino por andar para ser conscientes de la igualdad en la que deben vivir, de su valía, y de las posibilidades que puede ofrecerles la vida fuera de la jaima y del cuidado de los hijos.

Hablamos sobre el divorcio, de la dificultad de las mujeres por conseguir la “carta de libertad” que les otorga el marido, de algunos casos concretos que provocan rabia. Mujeres con sus maridos divorciados que no pueden rehacer su vida porque ellos no firman esa carta, mientras ellos ya están casados con otra mujer. Y que además ni siquiera atienden a los hijos que han tenido con la primera. Simplemente desaparecen dejándolas solas y todavía atadas a él. Todavía quedan especimenes de este tipo, por eso es tan importante que la reeducación de la mujer, la defensa de sus derechos y la condena de estas actuaciones por parte de algunos hombres (no todos son así, por suerte, de hecho el pueblo saharaui, dentro de la cultura musulmana es posiblemente el que cuenta con hombres de mente muy abierta, quizás por el estrecho contacto que mantienen con los países occidentales que les brindan ayuda y viajan a los campamentos).

Por otro lado, en la zona ocupada la vida de las mujeres es más difícil, mucho más que en los campamentos. Respecto a sus derechos tienen menos que las marroquíes, por el hecho de ser saharauis; y menos que las que viven en los campamentos, por estar bajo una cultura pobre, en un país donde el Rey Mohamed VI regala ignorancia a su pueblo, como un puro instrumento de control. Pero las cosas están cambiando, lentamente, pero seguras.

Tras la visita a Magueli nos acercamos al lugar donde Nana, otra mujer activista saharaui, tenía una reunión para decidir los premios que se darían en un concurso que se había celebrado. Es otra trabajadora de la Casa de la Mujer de Smara. 

Foto: Álvaro Sánchez

Le dimos una caja con regalos que también le habíamos llevado y nos dijo que si queríamos ir a visitar a su madre, que estaba algo enferma. Fuimos a la jaima de su familia y dejamos allí lo les habíamos llevado.

Tras un día completo en Smara volvimos a Ausserd y pasamos por el pequeño huerto que tiene una hermana de Shalma, la madre de nuestras hermanas. 


Foto: Álvaro Sánchez

El regadío es por goteo, gracias a un depósito de agua que tiene la familia, que también cuenta con un invernadero. 


Foto: Álvaro Sánchez


Foto: Álvaro Sánchez

Pero es difícil cultivar algo en una tierra tan árida, con temperaturas que en verano llegan a los 60 grados, y con la devastadora acción de los sirocos, las tormentas de arena y las lluvias, que aunque muy escasas son capaces de destruir las débiles casas de adobe.

Raquel Ruiz.
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